" Es que el pueblo no habla el mismo lenguaje que nosotros.

Su abecedario no tiene letras, sino apenas

formas, movimientos, gestos. Y no es que el pueblo sea

analfabeto, sino que quiere decir cosas

que nosotros ya no decimos"

Rodolfo Kusch en Indios, porteños y dioses,

Stilcograf, Bs. As., 1996, p. 116



"La Manifestación". Antonio Berni

23 dic 2011

Rodolfo Kusch: Una implacable pasión americana



Por Mario Casalla


Rodolfo Kusch es un pensador esencialmente heterodoxo, que lee y estudia la mejor tradición académica, pero en función de su propio interés casi obsesivo: dar cuenta del ser americano y del mandato cultural que de él surge. De allí que en su propia generación filosófica haya resultado tan original como poco difundido: mientras que a partir de los 70 encuentra un nuevo espacio y aliciente de reflexión. Se trataba del grupo de nuevos y más jóvenes filósofos argentinos y latinoamericanos que fueron conformando -heterogéneamente, es cierto, y desde diferentes posturas filosóficas y sociales- la corriente genéricamente denominada "filosofía de la liberación" (con sus correlatos en el campo de la teología y de las ciencias sociales). Dentro de ella -cuyo órgano  de expresión más importante en la Argentina fue la Revista de Filosofía Latinoamericana- la posición  de Kusch expresaba la del sector más ligado a la indagación  de nuestra propia identidad nacional desde sus propias categorías, rechazando cierta postura universalista  de cuño marxiano, también en boga en aquellos años.
En lo político y social -también referentes inexcusables de la época-, se ubicaba dentro de una postura  democrática y popular, moderada, que encontraba desde lo cultural un referente político en el justicialismo. Pero no fue un hombre de partido, ni un político militante. Su esfuerzo principal  estaba en el terreno del pensamiento y, desde allí, su obra adquiría trascendencia en una América Latina que, dolorosamente, buscaba entenderse a sí misma y proyectarse en un horizonte de justicia.
Se trataba, entonces, el suyo de un pensamiento jugado y comprometido con lo real: hecho de afirmaciones fuertes y meditadas , que provocaban en su interlocutor la necesidad de revisar viejas categorías y contrastarlas con ese mismo "real" que es lo americano.
Éste, para Kusch, implicaba un corte epistemológico profundo con la cultura europea moderna (superpuesta desde el siglo XV, a ese originario de América). En este continente "nuevo" hay también una sofía ("extraña sabiduría", dirá Kusch), pero no una filosofía en el sentido europeo-occidental de este término.
La europea es esencialmente una cultura masculina, de un yo dominador  que, munido de su ciencia y tecnología, actúa y modifica el mundo a su antojo. En cambio, la americana es una cultura femenina: de la primacía del estar por sobre el ser; donde lo real prevalece por sobre el sujeto y ese "estar abierto" al juego de las fuerzas de lo "real" es un juego dramático sin certezas. De aquí que, mirado con ojos europeos (o europeizados) esta América resulta horrorosa y casi incomprensible. Ambos tipos de cultura se superponen conflictivamente en el mestizaje (característica básica de lo americano actual) y en él lo profundo actúa "vegetalmente" (devoradoramente) sobre lo europeo superficial. Esto tanto en las ciudades como en el campo: muchos más acentuadamente, por cierto, en este último.
Este corte cultural profundo supone- ya en el nivel de la filosofía- dos direcciones distintas para el pensar: o aferrarse al "ser" y desear "ser alguien" o ser capaz de afrontar ese "estar" originario y permanecer en él. Lo que Kusch llama el "estar aquí" o el "mero estar" que, lejos de implicar la impotencia o el desapego del hacer, nos compromete con otra forma de la acción y de la conducta. Para contrastar más aún estas dos direcciones, Kusch elabora una serie de categorías polares, cuya primera denominación corresponde al orden del "ser" y la segunda al del "estar": racional/irracional; la pequeña historia/la gran historia; lo animal/lo vegetal: la lógica de la afirmación frente a la lógica de la negación y toda otra serie de oposiciones (sin solución dialéctica a la hegeliana), cuyas denominaciones van cambiando o recombinándose en sus diferentes obras. Ambas actitudes - y esto es esencial comprenderlo- se dan mestizamente en todos nosotros, los americanos, y según predomine la una o la otra comprenderemos mejor o no lo que nos pasa en esta América que habitamos. Al respecto de su primera obra, La seducción de la barbarie (1953) ya podemos leer" De ahí el continente mestizo. América se encuentra irremediablemente escindida entre la verdad de fondo de su naturaleza demoníaca (el estar) y la verdad de ficción de sus ciudades (el ser)".
Precisando en América profunda (1962): "Uno es lo que llamo ser o ser alguien y lo descubro en la actitud burguesa de la Europa del siglo XV y,el otro, el estar aquí, que considero como una modalidad profunda de la cultura precolombina. Ambas son dos raíces profundas de nuestra mente mestiza -de la que participamos blancos y pardos- y que se da en la cultura, en la política, en la sociedad y en la psique de nuestro ámbito".
Esta fractura lo lleva a Kusch a bucear -combinando heterodoxamente a Jung con Heidegger y el existencialismo- en temas de antropología y psicología profunda. En su versión la existencia es un drama: hay un miedo original común a toda la especia humana (ancestral). Es un miedo a perder las pocas cosas que constituyen nuestra realidad (reducida) el cual, a su vez, adviene cuando somos capaces de reconocer nuestra original indigencia frente a las fuerzas y poderes que no somos nosotros y que, arquetípicamente, llamamos Dios.
Lo que buscamos es así protegernos de esa "ira de Dios". Este estado emocional profundo, insoportable, genera dos posibles respuestas: la de negar ese miedo y así aferrarnos a nuestros precarios instrumentos de poder (ciencia y filosofía a la europea) o de asumirlo y contar con él en todos nuestros actos, hijos así tanto de la voluntad como del miedo. Lo  primero nos permite "ser alguien", pero lo reprimido queda molestamente en nustro inconsciente (individual y colectivo), mientras que lo segundo genera ese "estar" típicamente americano. La actitud negadora del miedo ancestral nos sumerge en una cultura sin peso ontológico y de carga fuertemente subjetiva ("un mundo sin objetos y con sólo el hombre"). En cambio, la actitud que asume ese miedo ese miedo devuelve peso ontológico al mundo reestableciéndose así el equilibrio originario de hombres y cosas (con primacía de éstas, que lo enfrentan y minimizan en su omnipotencia). Reaparece, así, aun en medio de nuestra cultura tecnológica y del poder humano, ese "mundo cargado de dioses y de demonios" que en el altiplano nunca se perdió del todo.
Y es precisamente en una voz de ese altiplano donde Kusch encuentra fundamentos linguísticos para su estar: en quechua el verbo copulativo "cay" equivale a lo que en castellano nosotros separamos como "ser" y "estar".
Sin embargo allá se trata de un ser con marcada significación de estar. Su forma de predicativo (es-está) se refiere al sujeto de la oración bajo la forma de accidentalidad y no conlleva la necesidad de "sustancias" como en castellano. En aquél mundo indígena cargado de dioses-pero también en nuestro prolijo mundo ciudadano, por debajo del asfalto- lo que es o está bien podría no ser o no estar.
El quechua no tiene verbos que designen conceptos abstractos, sino que señalan la adjudicación pasajera de cualidades a un sujeto pasivo. Este no se altera con la acción, sino que cambia de tonalidad según sea lo que sobre él se ejerce. De allí que se trate de una cultura profundamente estática, que nos exaspera a nosotros, los hombres de las ciudades que "somos alguien"


Casalla, Mario(2007) Prólogo a Indios porteños y dioses en Rodolfo Kusch, Obras completas tomo I. Editorial Fundación Ross. Rosario.

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