" Es que el pueblo no habla el mismo lenguaje que nosotros.

Su abecedario no tiene letras, sino apenas

formas, movimientos, gestos. Y no es que el pueblo sea

analfabeto, sino que quiere decir cosas

que nosotros ya no decimos"

Rodolfo Kusch en Indios, porteños y dioses,

Stilcograf, Bs. As., 1996, p. 116



"La Manifestación". Antonio Berni

Conversaciones

Entrevista a Horacio Sotelo
Por Ezequiel Rogna y Mariana Valle

Si  no sabés qué ruido hacen las tripas cuando suenan, no podés hablar de tripas vacías”

Horacio Sotelo nació en Quilmes, en 1945. Fue ladrón durante casi veinte años. Robó relojes, autos, camiones, carniceros, bancos, financieras. Después de andar y vivir en distintos lugares del país, suelto y encerrado (su trayecto carcelario abarcó las cárceles de La Plata, Villa Devoto, Caseros, Olmos y La Pampa), decidió salirse del robo y llegó a Córdoba. Aquí horneó ladrillos, fue peón de albañil, vendió cubanitos. También aquí publicó sus libros de poesía, Los versos del ladrón (2000) y Corazón de pájaro (2001), más tarde apareció Cavernas (historias cruzadas que encarnan una particular forma de novela “mosaico”, como la llama él en esta entrevista) y luego Los habitantes del abismo (2004) Alias Árbol fue su primera novela y narra su particular experiencia de vida “tumbera”. Colaboró y actualmente colabora, aunque más esporádicamente, con  La Luciérnaga (revista cultural de los chicos trabajadores de la calle en Córdoba).


P: ¿Se siente más poeta o narrador?
R: Para escribir poesía tenés que estar muy bien o muy mal (en lo posible tenés que salir con una mujer que te guste). Por ejemplo vas a encontrar esa experiencia terrible de la poesía de Almafuerte. La narración, en cambio, es ir sobreviviendo, las veinticuatro horas y vas narrando.  Amo las dos cosas. En la poesía narro lo que conozco, el pasado, lo revivo,  pero la narración me deja inventar, imaginar situaciones nuevas. A mí fundamentalmente me gusta que la literatura sea sensitiva, yo narro sensaciones, a lo sumo, me detengo en describir los ojos lindos de una mujer, nada más que eso. A mí no me importa que la cosa sea linda o fea, me importa lo que ocurre adentro.
P: ¿Y qué fue lo último que escribió?
R: Se llama “El hombre y sus circunstancias” y va a aparecer en el próximo número de La Luciérnaga. Hablo de los cielorrasos y  del silencio de los hospitales y salto hacia atrás, cuando estaba en una celda y vuelvo acá, sentado en una silla de ruedas.
P: En “Los versos del ladrón” Ud. se presenta como un “poeta-ladrón” que puede despojar a la mujer de sus pudores  y arrastrarla hacia el placer. ¿Cómo percibe esta relación entre el “eros” y la delincuencia?
R: Todo ladrón que se precie de serlo, por empezar es caballero, segundo y principal es “playboy”. No estoy hablando de un tipo que viene y te roba el celular o le roba a una vieja, estoy hablando de una idiosincrasia, una manera de vivir. Un ladrón aprende que la vida hay que vivirla rápido, porque no sabe cuánto va a vivir y entonces sacia sus instintos, conoce mujeres de la noche, no está para organizar pareja (yo tenía un amigo matrero que me decía “cuanto más mala una mina, mejor”) o pensar en formar una familia, está para pensar el día y, sobre todo, sus instintos. Hay algunas mujeres que viajan por todos mis libros, pero esas relaciones nunca terminaron bien.
P: En el poema llamado “El pasajero” Ud. presenta el delito como una “aventura” que seduce y en la entrevista concedida a Marta Plattía en el diario Clarín[1], Ud. menciona que se  convirtió en ladrón por “vocación y por fascinación y no por necesidad”, ¿qué lo sedujo del delito?
R: Yo no daba el tipo “A positivo” del ladrón, el tipo sufrido, de la villa. A mí me fascinaban los malevos, las peleas a cuchillo, pero para vivir eso no podés ser un “hombre de sueldo” y manejarte por esos lados, justamente en ese poema dice “conocerás el peligro y te harás adicto” y esa es la verdad, mi visión del peligro, es lo que siente un corredor de fórmula uno, hasta que no se pega un tortazo no abandona o el que se tira de un paracaídas una y mil veces, cualquiera de ellos no te sabe explicar lo que siente, pero lo siente y es muy intenso. Es un camino malo, te puede llevar a la cárcel seguro, pero te puede llevar a una mala cárcel, una mala cárcel es una cárcel para toda la vida. Si me hubiese pasado eso yo me mato porque uno tiene que cuidarse de eso, manejarse con gente igual que vos, ser inteligente.
P: Su vocación por el peligro, lo que Ud. llama el “malevaje”, ¿tuvo algo que ver con su vocación literaria?
R: A pesar de haber agarrado otro camino que no tenía que ver con la literatura, el arte o la educación uno lo lleva en la esencia aunque no se despierte o aunque no pueda manifestarlo (se refiere a la vocación literaria). El ser humano nació ladrón, robaba la comida, robaba a las mujeres, cuando empezás a vivir en sociedad te vas dominando los instintos, y hay muchos que no lo hacen, que no quieren traje gris. Es cierto eso de que “la ocasión hace al ladrón”. En mi caso, no, yo fui hacia el peligro, pero –a pesar de eso- yo fui muy buen alumno, me gustaba muchísimo estudiar, sobre todo literatura, historia, geografía, sobre todo era curioso, son cosas que quedan.
P: El delito tiene que ver mucho con la inventiva. Lucía Feulliet[2] recupera del análisis de Ricardo Piglia la relación que existe entre el delito y la literatura, por ejemplo, hace una comparación entre el falsificador y el escritor…
R: El estafador es un poeta del delito, hace metáforas, no hace un delito violento. Yo recibí dos condenas, en la última sufrí mucho, pero quedé vivo de milagro. Sufrí para poner en marcha mi neurona (se refiere a que allí comenzó su costado como escritor), porque antes mi cerebro lo usaba únicamente para conseguir un boleto, para  planear un buen delito, una mina, me dejaba ir a mis instintos…
P: Marx dice que la propiedad privada de una minoría se sustenta en la privación de la propiedad de una mayoría y la ley vendría a ser para él la ficción también en la que se sustentan los intereses de la clase dominante[3]. ¿Qué piensa acerca de esta postura?
R: Yo no quiero competir con la inteligencia superior de Marx, pero, en realidad, todo ladrón  es un poco Robin Hood aunque no reparta las cosas, tiene un sentido de justicia. Había gente que al dinero que yo robaba no lo usaba para nada. El daño siempre existe, pero si un gobernador se arma un negociado de millones de dólares es más ladrón que yo. Igual eso no justifica nada. Yo tuve muchas peleas en la cárcel con esos que dicen “si los demás roban…”, ¿quién roba? Mi viejo no robó nunca. Hay gente           que se muere de hambre por no tocar un centavo. Yo siempre decía “si estamos acá es porque somos unos vagos de mierda, segundo, porque tenemos berretines de playboy”. Nos gustan las platinadas, los autos de carrera y eso es para gente de dos apellidos y eso no es para vos, no? Pero Carlos Marx hace una esquirla de justicia… Porque yo a la plata no la usaba con la viuda de Rockefeller,  la usaba con una prostituta que necesitaba la plata…pero es hilar muy fino.
P: En los clásicos estudios de bandidismo rural, Eric Hobsbawm[4] retoma el prototipo del “ladrón noble” que roba al rico para dar al pobre (que puede ser el prójimo o él mismo de atravesar esa condición) –lo que Ud. decía- y en Corazón de Pájaro habla de “códigos rotos y dioses olvidados” de los actuales presos…
R: Los códigos de nobleza de los ladrones existen, aunque les parezca mentira, son muy férreos. La mujer del compañero es sagrado. Vos no mandás preso a nadie. Si vos mandás preso a alguien sos (hace una señal de degüello). Aguantar el dolor, el hambre, el amigo. Son códigos fuertes porque es un mundo cruel y tenés que sobrevivir. Eso es lo que dije yo cuando en un reportaje vino el ingeniero loco que los quería matar a todos ¿cómo se llama? Bloomberg... No los vas a matar a todos, la crueldad lleva a la crueldad y la violencia a la violencia.
P: ¿Y los códigos de  nobleza son algo que perdura actualmente en las cárceles?
R: Hace cuarenta años que no piso una cárcel. La cárcel es el hogar del ladrón. El violador es un enfermo. El asesino es una vez (a no ser que sea un psicópata). El ladrón va y viene. Tiene que mantener códigos de respeto, porque sino, desaparece. Los que no tienen códigos son los pibes boludos, que no hablan, que te meten un tiro, pero en la cárcel aprenden, no se puede vivir así. El que no cayó preso no puede decir que es ladrón. Si no hubiera respeto se matarían todos.
P: ¿Cómo conjugó la experiencia de estar en la cárcel con la literatura?
R: Le tengo que agradecer  al servicio penitenciario. Primero por necesidad. Yo me quise fugar en la unidad 9 y me mandan castigado a Olmos. Estuve tres años y medio solo en una celda. Hiciste dos pasos para caminar y no sabés qué hacer con tu vida. Podés caer en el cielorraso y dormir todo el día, podés masturbarte a lo loco o podés caer en la droga…O podés hacer algo con tus manos y tu cerebro y ponerte a leer y escribir. Siempre digo que las bibliotecas de las cárceles son las más completas porque el preso se va y deja los libros. Ahí leí dos velas sagradas de la india, traducidas al castellano, leí los clásicos. Iba a la biblioteca una vez por semana, los lunes recuerdo, eran dos por semana, pero nadie leía, entonces yo encargaba quince. Entonces empecé, primero como curándome, alguna frase, pero no me salía nada, eran todos fetos que morían, hasta que me salió la primera poesía “Los que van a morir te saludan”. Los primeros que escribí es Alias Árbol. Yo sabía que después de veinte años eso no iba a servir. Porque así escribí Alias Árbol y así me gusta escribir, como una especie de mosaico, vuelvo al pasado, saco un personaje, meto otro… Pero primero salió eso porque no me salía nada liso, largo, después me di cuenta que yo estaba para escribir así… Ahí puse todo… Y Los versos de ladrón los escribí era un cuadernito amarillento que vino conmigo hasta que alguien descubrió mi historia, Luchi Ibáñez que era producto de René Baco, vino a verme a ver si contaba mi historia, está loco, pensé.. y dije, ¿por qué no? Y salió tan bien que fue un boom. Yo vendía cubanitos, recuerdo que ese día vendí a lo loco y fuel el afecto de la gente. Eso me dio fuerza para escribir Los versos del ladrón, que era muy tumbero, y ahí junte otros tantos poemas y se los di a Oscar Arias, me los publicó. Vendí mil libros, parado en la esquina. Entonces el éxito me hizo escribir otro. Pero ese tipo vivía enamorado, salía con minas, estaba contento… Vos tenés que estar muy contento o muy triste para escribir poesía y yo estaba contento y escribí Corazón de pájaro, que es más romántico…
P: En Alias Árbol usted habla de “una escritura al límite” y llama la atención la ausencia de puntuación que transmite una idea de lectura “vertiginosa”…
R: Eso es otra cosa que me salió y no hay que abusar de eso.  Porque por ahí te escribo un párrafo sin punto ni coma y los puntos ponelos vos, pero eso es otra cosa de la que no hay que abusar porque sería medio versero. No creo que encontrés muchos puntos en mi literatura…
P: ¿Y cómo entiende esto de “escribir al límite”?
R: Escribir al límite de todo, de la moral, de los prejuicios, hasta de vos mismo. Si creés en Dios, cree en Dios y no lo niegues, pero si no creés, negalo. Escribir al límite es escribir viajando, pero no para los demás, a vos no te importa el que viaja con vos, él tiene su manera de ver las cosas y vos la tuya. A la novela la escribí bien fuerte. Si escribís para gustar, no gustás y te traicionás, quién puede decir qué son los estilos, ni siquiera puedo intentar fabricar un estilo, si vos tenés una manera de escribir, dejala ir, dejala que salga y ese será tu estilo, porque si vos te retrotraes y pensás en el qué dirán, en lo que a la sociedad le gusta, eso no sirve.  Todos los que triunfaron fueron diferentes porque pusieron huevos para serlo. Kafka, estaba tan avergonzado de lo que escribió que nunca quiso que lo publicaran. Entonces, demasiada autocrítica te hace mal…
P: ¿Y qué otros escritores escriben al límite?
R: Sartre, Camus, Hemingway, Joyce… Hay muchos.
P: ¿Y en la literatura argentina?
R: Ah, Roberto Arlt, Sábato, un solo libro. Sábato es escritor de un solo libro porque lo que hizo en Sobre héroes y tumbas no le salió nunca más, ese “Informe sobre ciegos” es una barbaridad. Pero en la literatura argentina, como en la literatura cordobesa, son muy clasistas, no se atreven. Porque no podemos salir del corsette de la sociedad. Hay escritores, yo he leído, pero es difícil…
P: ¿A estos jóvenes no los publica nadie?
R: ¿Quién te va a publicar? Te cuesta un huevo publicar, porque en Córdoba no hay editoriales fuertes, nadie pone plata sobre las patas del caballo si no va a andar. Tenés que tener un capital, conseguir un mecenas, alguien que la ponga.
P: ¿Y Ud. cómo financió sus libros?
R: Uno fue Oscar Arias y después, el ingeniero Pita, él tiene una imprenta, publicó todos mis libros, hizo varias ediciones y sabía algo, le gustaron mis libros, pero la mujer le hizo un agujero legal y perdió todo.
P: Y eso coincidió con su silencio editorial…
R: Claro, yo vendía libros, ahora no los tengo. Yo si escribo libros a mí me los van a publicar, porque soy conocido, pero al pibe no. Tenés que ganar un concurso.  Aparte el libro está muy caro. $70, $80 no vas a poner si no es para un best seller, un escritor que vos conocés…
P: Y nombres de escritores argentinos o cordobeses que tenga de las últimas décadas…
R: Lo que pasa que el escritor argentino siempre hizo cofradía. Unos acaban como Borges, otros como Marechal, que estaban en la poesía independiente, no encontraban su lugar. Sacá Cortázar, sacá Roberto Arlt, Cortázar, Sábato (Sobre héroes... y El Túnel…), Marechal con el Adán. Hay escritores, pero tuvo que haber muchos más, lo que arruinó todo el arte argentino fueron los milicos, la opresión, eso les hizo perder el ritmo a un montón. Ahora se está apoyando el arte. Ahora podés llegar, aparte ya no hay más censura, la censura es como el aborto.


Leé la entrevista comlpleta en el número 14 de SILABARIO.


[1] Ver Plattia, Marta (2010): “De la cárcel a la poesía”, entrevista a Horacio Sotelo en Diario Clarín. 18/09/00 Disponible en http://edant.clarin.com/diario/2000/09/18/s-05401.htm  Visto el 09/06/10.
[2] Ver. Feuillet, Lucía (2011) Dinero y delito: la tradición materialista en la lectura/escritura pigliana del género policial. Alción Editora. Córdoba.
[3] Ver. Marx, Karl; Engels, Frederic. (2005). La ideología alemana. Bs. As. Santiago Rueda Editores.
[4] Ver Míguez, Daniel (2008) Delito y cultura: los códigos de la ilegalidad en la juventud marginal urbana. Ed. Biblos. Bs. As. Pp. 170.

[5] Ver: Castelnuovo,Elías (1977). El arte y las masas. Editorial Rescate. Bs. As. Pp. 20.


Entrevista a integrantes del Movimiento Villa Los Galpones 
Por Ezequiel Rogna y Agustina Comedi
“EN EL MOMENTO EN QUE SE DEJA DE PROBLEMATIZAR CUALQUIER COSA, ESTAMOS EN PROBLEMAS.”

Por Ezequiel Rogna y Agustina Comedi

Hace tres años atrás, una montaña de negativas dio vida al movimiento. Fue un “no al desalojo” de Villa Los Galpones lo que nos unió a algunos que cargábamos con una mochila llena de no; no a las aparateadas, no a la bajada de línea, no a la alineación militante, no a la inexistencia de espacios para la creatividad, no a la repetición, no a la gris homogeneidad, no a una militancia “políticamente correcta”, no a crear lugares donde “la poesía y los fusiles” se entiendan como ajenos a la política, no a un lugar donde Cortázar o Urondo valgan menos que Lenin o Bakunin (y viceversa).
Con el tiempo, de esos no fue creciendo un árbol nuevito para todos los que integramos el movimiento; crecimos en cantidad y cambiamos todos y cada uno de nosotros; conocimos (nos dimos la oportunidad de conocer dejando atrás prejuicios) a muchísimos cumpas de los que aprendimos mucho; (literalmente) nos embarramos una y otra vez; compartimos muchos mates con mucha gente de abajo, de los que realmente la sufren; ahí entendimos/sentimos que no entendíamos nada; y desde ahí intentamos empezar a construir algunas mini-certezas. Y fue así que empezamos a darnos cuenta que la unidad de los que luchan es una prioridad; que tenemos que recomponer entre todos, en un laburo de largo plazo, paciente, el campo popular cordobés, dando una lucha en todos los frentes (es decir político, cultural y militar –sí, militar, porque creemos que hay que hablar de lo que nadie quiere hablar); que somos parte de una movida más grande, que nos excede en mucho, de un movimiento sin nombre (igual que nosotros), que aún no existe, pero del que -incluso inconcientemente- formamos parte.


Leé la nota completa en Revista Silabario Número 12.